Montaña rusa
No se puede decir que fuera muy mayor, aunque unas diminutas arrugas se vislumbraban en sus ojos escépticos y la comisura de sus labios. Tendría casi treinta. Su vida había sido una montaña rusa en toda regla, pero no se arrepentía de nada (o de casi nada). Y ahí delante tenía al triple lupin de su montaña rusa. Trece años, morena, ojos verdes (como los suyos), y ahora mismo una sonrisa apagada en sus expresivos labios. Le habían detectado leucemia y necesitaba un donante. Su madre le había llamado para que se hiciera las pruebas. Sí, esa chica de diecisiete años a la que abandonó cuando se enteró de que estaba embarazada, saliendo escopetado hacia Canadá. Qué cabrón. Él no había vuelto a ver a ninguna de las dos, ya que no había pisado España desde entonces, pero su madre, la abuela de la niña, sí había estado ahí, y renegaba del cobarde de su hijo. Pero ahora le necesitaban, podría ser un donante compatible. Ella dejó de hablar con su madre y giro la cabeza en un gesto cansado. Entonces miró hacía el cristal y le vió. Le observó. Y sonrió. Una sensación de vértigo le subió por la espalda. Sin duda, era su triple lupin.
2 comentarios
Tungusky -
gux -
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